1. Eficiencia: Los impuestos deberían minimizar su impacto en la actividad económica. Esto significa que deberían aumentar los ingresos con la menor distorsión a los incentivos del mercado. Los altos impuestos sobre ciertos bienes o actividades pueden conducir a una reducción de la producción, consumo o inversión. Un sistema fiscal eficiente tiene como objetivo evitar tales distorsiones tanto como sea posible.
2. Equidad (equidad): Los impuestos deben distribuirse de manera justa entre los contribuyentes. Esto es inherentemente subjetivo, con diferentes puntos de vista sobre lo que constituye "justo". Los enfoques comunes consideran el patrimonio horizontal (contribuyentes situados de manera similar que pagan cantidades similares) y capital vertical (contribuyentes de mayores ingresos que pagan proporcionalmente más).
3. Simplicidad y facilidad administrativa: El sistema fiscal debe ser fácil de entender, administrar y cumplir. Un sistema complejo conduce a mayores costos de cumplimiento (tanto para los contribuyentes como para el gobierno), un mayor potencial de error y potencialmente mayores oportunidades de evasión fiscal. La simplicidad mejora la transparencia y la responsabilidad.
Es importante tener en cuenta que estos tres criterios a menudo entran en conflicto. Por ejemplo, un impuesto altamente eficiente podría considerarse inequitativo, mientras que un sistema perfectamente equitativo podría ser extremadamente complejo y difícil de administrar. Encontrar el equilibrio óptimo es un desafío continuo para los formuladores de políticas.